SALMOS 27: 1-3 y 13
1 El Señor es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? Dios es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme?
2 Cuando se juntaron contra mí los malignos, mis angustiadores y mis enemigos, para comer mis carnes, ellos tropezaron y cayeron.
3 Aunque un ejército acampe contra mí, no temerá mi corazón; aunque contra mí se levante guerra, yo estaré confiado.
13 Hubiera yo desmayado, si no creyese que veré la bondad de Dios en la tierra de los vivientes.
Estaba en un centro comercial observando a unos niños jugar; corrían de aquí para allá despreocupados y felices, cuando intempestivamente apareció un perro que al verlos comenzó a ladrar y a correr detrás de ellos. Los mas grandecitos le hicieron el juego, pero una niña de unos cuatro años, comenzó a llorar y a lamar a su mamá, quien la levantó en sus brazos y la alejó del animal.
Esta escena me hizo relfexionar acerca de la vida de cada uno de nosotros y los temores que nos acorralan. Esos enemigos, que nos angustian y nos desestabilizan. Nosotros también tenemos a nuestro Padre quien nos ama, y como dice en su palabra, es nuestra luz y salvación y por ello no tenemos por qué temer. Dice que aunque ejércitos vengan contra nosotros no tenemos de qué preocuparnos porque Dios es nuestra fortaleza.
Si pensamos un poco en eventos de nuestra vida en los que hayamos temido, tales como enfermedades, desamores, problemas laborales, amenazas de amigos y enemigos, cuando en esas circunstancias nos hayamos recostado en el regazo de nuestro Señor podemos recordar cuán maravilloso es, porque devolvió la paz a nuestras vidas y se mostró, como la madre de la historia, dispuesto a resolvernos el temor y a darnos la seguridad de que con Él nada debemos temer.
Amado Padre celestial, cuán grande es tu bondad. Sentimos tu presencia en momentos de gran temor y podemos tener la certeza de que actuarás a nuestro favor. No importan las circunstancias, te tenemos a ti, nuestro dueño. Te pedimos por favor nos des la paz que requerimos cuando nos sintamos amenazados y la seguridad de saber que todo nos saldrá bien porque somos tus hijos amados. Oramos en el nombre de Jesús, amén.