NOVIEMBRE 1
JONÁS 1: 1-17
1 Vino palabra de Dios a Jonás hijo de Amitai, diciendo:
2 Levántate y ve a Nínive, aquella gran ciudad, y pregona contra ella; porque ha subido su maldad delante de mí.
3 Y Jonás se levantó para huir de la presencia de Dios a Tarsis, y descendió a Jope, y halló una nave que partía para Tarsis; y pagando su pasaje, entró en ella para irse con ellos a Tarsis, lejos de la presencia de Dios.
4 Pero Dios hizo levantar un gran viento en el mar, y hubo en el mar una tempestad tan grande que se pensó que se partiría la nave.
5 Y los marineros tuvieron miedo, y cada uno clamaba a su dios; y echaron al mar los enseres que había en la nave, para descargarla de ellos. Pero Jonás había bajado al interior de la nave, y se había echado a dormir.
6 Y el patrón de la nave se le acercó y le dijo: ¿Qué tienes, dormilón? Levántate, y clama a tu Dios; quizá él tendrá compasión de nosotros, y no pereceremos.
7 Y dijeron cada uno a su compañero: Venid y echemos suertes, para que sepamos por causa de quién nos ha venido este mal. Y echaron suertes, y la suerte cayó sobre Jonás.
8 Entonces le dijeron ellos: Decláranos ahora por qué nos ha venido este mal. ¿Qué oficio tienes, y de dónde vienes? ¿Cuál es tu tierra, y de qué pueblo eres?
9 Y él les respondió: Soy hebreo, y temo al Señor, Dios de los cielos, que hizo el mar y la tierra.
10 Y aquellos hombres temieron sobremanera, y le dijeron: ¿Por qué has hecho esto? Porque ellos sabían que huía de la presencia de Dios, pues él se lo había declarado.
11 Y le dijeron: ¿Qué haremos contigo para que el mar se nos aquiete? Porque el mar se iba embraveciendo más y más.
12 El les respondió: Tomadme y echadme al mar, y el mar se os aquietará; porque yo sé que por mi causa ha venido esta gran tempestad sobre vosotros.
13 Y aquellos hombres trabajaron para hacer volver la nave a tierra; mas no pudieron, porque el mar se iba embraveciendo más y más contra ellos.
14 Entonces clamaron a Dios y dijeron: Te rogamos ahora, Señor, que no perezcamos nosotros por la vida de este hombre, ni pongas sobre nosotros la sangre inocente; porque tú, Señor, has hecho como has querido.
15 Y tomaron a Jonás, y lo echaron al mar; y el mar se aquietó de su furor.
16 Y temieron aquellos hombres a Dios con gran temor, y ofrecieron sacrificio al Señor, e hicieron votos.
17 Pero Dios tenía preparado un gran pez que tragase a Jonás; y estuvo Jonás en el vientre del pez tres días y tres noches.
Nínive era una gran ciudad fundada por un hijo de Noé. Era una ciudad grande y próspera, pero que se había apartado de Dios. Dicen algunos historiadores que recorrer la ciudad tomaba hasta tres dias y que habitaban allí mas de un millón de personas y como ciento veinte mil niños.
El Señor estaba cansado de tolerar tanta maldad y para no destruir la ciudad sin aviso, envió a Jonás para que predicara y declarara la necesidad del arrepentimiento, pero Jonás no quería ir. No le gustaba la ciudad ni su gente, así que decidió huir del Señor y por eso compró tiquete y se embarcó rumbo a Tarsis, lejos de la presencia de Dios.
Cuántas veces nos hacemos los sordos a las indicaciones o mandatos del Señor, cuántas veces huímos de su presencia pensando que nos podremos esconder y hacer la vida a nuestro antojo. Cuántas veces nos alejamos de Él, con sofismas que apagan la llama del Espíritu Santo y nos hacen personas desesperanzadas o soberbias, creyentes en nuestras capacidades por encima de todo.
Pero dice el versículo 4, que Dios generó toda una tormenta en el mar, que afectó de gran manera la barca en que viajaba, hasta el punto que los tripulantes entendieron que eso estaba ocurriendo por culpa de alguien. Ellos no eran del pueblo de Dios, de manera que clamaban a los suyos pero por supuesto nada ocurrió, así que despertaron a Jonás que estaba durmiendo en el interior del barco y lo increparon acerca de lo que pasaba.
En este punto, cabe una reflexión acerca de la tormenta. ¿Cuántas tormentas tendremos en nuestra vida debido a nuestra desobediencia, debido a nuestro alejamiento, debido a que queremos huir de la presencia del Señor? El Señor nos ama y somos suyos, desde el momento en que aceptamos a su hijo Jesús como nuestro Señor y Salvador y no se va a conformar con dejarnos ir. No, Él no deja que nos perdamos y nos manda una o dos o muchas tormentas para sacudirnos y traernos de nuevo al redil.
Jonás les declaró la verdad porque no tenía opción y les pidió a los tripulantes que lo arrojaran al mar. Sin embargo, el miedo se apoderó de ellos, porque ningún dios podría tener dominio sobre las fuerzas de la naturaleza y además no querían verse inmiscuidos en un delito. Bregaron a mantener la nave a flote pero a cada instante el mar se embravecía más, así que oraron a Dios, y le rogaron que nos les imputara un delito porque ellos hacían lo que Jonás le había pedido.
Dice el verso 15: "Y tomaron a Jonás, y lo echaron al mar; y el mar se aquietó de su furor". Podemos imaginar este cuadro tan dantesco. En medio del embravecido mar, varios marineros cogiendo a Jonás de pies y manos, balanceándolo para lanzarlo al mar, otros mirando atemorizados y esperanzados y Jonás aterrorizado con los ojos cerrados, esperando la muerte.
Parte de las tormentas de nuestra vida son, guardadas proporciones, lo ocurrido a Jonás. En nuestro trabajo nos tratan injustamente, en nuestra casa nos menosprecian, en nuestras relaciones personales nos traicionan. Literalmente nos lanzan al mar embravecido y en ese momento de tristeza, de frustración, de incertidumbre, nos revela el Señor que nos ha llevado al desierto para atraernos a su corazón, como dice Oseas 2:14.
La historia de Jonás termina en este capítulo con un doble resultado. El primero, los tripulantes se conviertiron a Dios, reconocieron su poder e hicieron votos y sacrificios. El segundo y motivo de este libro es lo que hizo Dios con Jonás: "Dios tenía preparado un gran pez que tragase a Jonás; y estuvo Jonás en el vientre del pez tres días y tres noches". Dios no iba a dejar que Jonás huyera de su presencia, no iba a dejar que se alejara de Él, no iba a dejar sin cumplir su propósito tanto en su vida como en la de los habitantes de Nínive.
Y así es con nosotros. Podemos reflexionar en nuestro interior y recordar las tormentas en que nos hemos visto inmersos; esas tormentas que nos han llevado a los pies del Señor a decirle Señor perdónanos por querer alejarnos de Ti, porque como dice en Salmos 139: 7: ¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia?. El Señor no se conforma con nuestra huída. El señor nos persigue y acosa hasta que caemos en cuenta. De cada tormeta salimos renovados y con el corazón dispuesto para Él.
Amado Padre, queremos darte muchas gracias por tu cuidado, por tu amor, por tu tolerancia y por amarnos con amor eterno. No queremos alejarnos de Ti, y si tratamos de hacerlo, por favor Señor, envíanos una tormenta que no nos permita escondernos de tu presencia. Te adoramos Señor, amén.