DEUTERONOMIO 6:5
Y amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas.
SALMOS 18:1-2
1 Te amo, oh Dios, fortaleza mía.
2 Señor, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en Él confiaré; mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio.
1 JUAN 4:19
Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero.
Leía en días pasados la reflexión de un joven, en ese entonces estudiante de doctorado de filosofía en teología en el Seminario Teológico de Fuller y me llamó la atención la expresión, que debemos buscar a Dios simplemente por la alegría que nos da estar cerca de Él y que tratáramos de estar simplemente ahí en comunión, disfrutando de su presencia y sintiendo su amor.
Esto me llevó a pensar en cómo debe ser nuestro amor a Dios. En primer lugar el mismo Dios nos dio la orden en Deuteronomio 6:5 de que debemos amarlo por encima de todo, con todo nuestro corazón, nuestra alma y nuestras fuerzas. Pero además, sabemos que es nuestro padre, que nos ama con esa medida que solo Él puede dar, que nos protege, nos ayuda, nos inspira. Que nos invita a recostarnos en su regazo cuando estemos trabajados y cargados, que Él nos hará descansar. Sin embargo, tengo la percepción de que todas nuestras oraciones, todos nuestros momentos de acercamiento al Señor terminan en un pedido.
Los niños nos enseñan cómo es el amor hacia los padres, especialmente a la madre. No solo la buscan para que les resuelva todos sus problemas, sino que se angustian si no la ven, la reclaman en todos los momentos, lloran si se enoja con ellos, le dan quejas de lo que no les gusta, le creen ciegamente y ante sus promesas se sienten seguros y confiados.
En la adultez, la relación con la madre madura y se hace un poco diferente. Siempre será nuestra referente, pero la relación se hace más igualitaria, Se acepta o rechaza lo que dice, ya no es la que resuelve todos nuestros problemas y eventualmente le pedimos nos ayude. Cuando fallece deja una profunda herida en nuestros corazones que quizás nunca desaparezca y es en ese momento en que se comprende el verdadero amor. Nada le podemos pedir, no podemos recostarnos en ella, únicamente podemos sentir en el corazón lo que significó en nuestras vidas y la falta que nos hace. Cuando ocasionalmente soñamos con ella, amanecemos alegres porque, tan fugazmente como ocurre en los sueños, la vimos bien, alegre y amorosa.
Es en ese momento cuando entendemos cómo debe ser el amor hacia Dios. Nuestra madre nos amó desde el momento en que nacimos y aún desde antes y por eso tenemos hacia ella ese amor tan profundo, ese amor eterno que traspasa las barreras de la muerte. Y así debe ser nuestro amor a Dios. No lo amamos para que nos dé. Simplemente como dice 1 Juan 4:19: " Nosotros le amamos a Él, porque él nos amó primero" y nos ha dado todas las pruebas de ello. Por eso con el salmista debemos decir: "Te amo, oh Dios, fortaleza mía. Señor, roca mía y castillo mío, mi libertador.
Amado Padre celestial estamos muy agradecidos por tu amor, porque Tú nos amaste primero y así nos lo has manifestado. No tenemos otro camino que adorarte y estar felices y en paz, sin temores de ninguna índole porque como a tus hijos nos amas. Queremos que nuestro amor se manifieste a través de nuestras acciones, queremos agradarte y sentir tu aprobación. Te adoramos Señor y te damos gracias en el nombre de Jesús, amén.