JUAN 12:37-43
37 Pero a pesar de que había hecho tantas señales delante de ellos, no creían en Él;
38 para que se cumpliese la palabra del profeta Isaías, que dijo: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Y a quién se ha revelado el brazo del Señor?
39 Por esto no podían creer, porque también dijo Isaías:
40 Cegó los ojos de ellos, y endureció su corazón; para que no vean con los ojos, y entiendan con el corazón, Y se conviertan, y yo los sane.
41 Isaías dijo esto cuando vio su gloria, y habló acerca de Él.
42 Con todo eso, aun de los gobernantes, muchos creyeron en él; pero a causa de los fariseos no lo confesaban, para no ser expulsados de la sinagoga.
43 Porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios.
Confesar nuestros pecados y recibir al Señor en nuestro corazón es lo más sencillo de la vida cristiana. La dificultad comienza cuando tenemos que ser testimonio de su presencia en nuestras vidas. Cuando debemos hablar de Él, cuando debemos confesar nuestra fe en Jesús.
A pesar de los milagros que hace permanentemente en nuestras vidas, a pesar de esos momentos de comunión personal con Él, a pesar de que nos hemos conmovido hasta las fibras más íntimas de nuestro ser, la incredulidad nos ronda. Nos cuesta mucho trabajo reconocer públicamente que el Señor nos amó, nos libertó, nos sacó del lago cenagoso.
Como nuestro Padre Dios sabe de la condición humana, inspiró al profeta Isaías para que escibiera "¿quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Y a quién se ha revelado el brazo del Señor?" Esas palabras se cumplen hoy en cada uno de nosotros. Frente al avance de la ciencia, en ocasiones nos quedamos cortos o apenados de proclamar el nombre de Dios y de su hijo Jesús. Nos sentimos inferiores frente a su discurso tan científico y excluyente de Dios.
Por eso, es necesario creer y confesar que Jesús es el Señor, el hijo de Dios, con la seguridad de que Él cumple su palabra y se glorifica en nosotros. Tenemos que poner en una balanza nuestro nombre y necesidad de aceptación, y nuestra vida con Jesús.
Porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios. Debemos diferenciarnos de los fariseos que creían en secreto al Señor y que no lo proclamaban porque temían que los expulsaran de las sinagogas.
Amado Padre, por favor trata nuestros corazones para que entendamos que creer en ti, va más allá de las reuniones con personas de nuestro mismo credo. Que proclamar tu palabra es un compromiso con nosotros mismos y contigo. No debemos preocuparnos por la manera en que actúas para llevar tu palabra a la naciones. La atracción la das Tú Señor. Gracias por poner en nuestros corazones tanto el querer como el hacer para buenas obras. Oramos en el nombre de Jesús, amén.