OCTUBRE 3
MATEO 9:1-8
1 Entonces, entrando Jesús en la barca, pasó al otro lado y vino a su ciudad.
2 Y sucedió que le trajeron un paralítico, tendido sobre una cama; y al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados.
3 Entonces algunos de los escribas decían dentro de sí: Este blasfema.
4 Y conociendo Jesús los pensamientos de ellos, dijo: ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones?
5 Porque, ¿qué es más fácil, decir: Los pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda?
6 Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dice entonces al paralítico): Levántate, toma tu cama, y vete a tu casa.
7 Entonces él se levantó y se fue a su casa.
8 Y la gente, al verlo, se maravilló y glorificó a Dios, que había dado tal potestad a los hombres.
Cuando el Señor Jesús sacó el demonio de dos gadarenos, el pueblo, quizás aterrado del poder que tenía, le pidió que se fuera de allí, así que vino a su ciudad donde le trajeron un paralítico para que lo sanara. Siempre es válido traer a los pies del Señor nuestras necesidades. Eso es fe. El mismo Jesús lo dice. Él nos anima a hacerlo y además perdona nuestros pecados.
Sin embargo, la gente prejuzga; todos prejuzgamos. No nos abstenemos de opinar acerca de lo que sucede, especialmente en el plano espiritual. Cuando ocurre en otra persona un milagro, o en nosotros mismos, en vez de alabar y adorar, en vez de dar gracias opinamos. Ahí no hay argumento que valga. Cuando tenemos una revelación o un milagro, es algo tan sutil, imposible de describir, es una percepción, una convicción, y por supuesto cuando queremos expresarlo, validarlo o razonar, no tenemos las palabras adecuadas. Y es entonces cuando prejuzgamos.
Pero Jesús que conoce nuestros pensamientos nos redarguye para que entendamos que Él es el hijo de Dios, poderoso y misericordioso, para que desde nuestro corazón lo alabemos y adoremos, para que reconozcamos su majestad y le demos gracias.
Por ello, en los versículos 5 a 7, Jesús hace manifesto su poder no solo para sanar sino para perdonar los pecados, poder que le fue dado por su padre Dios, en el cielo y en la tierra y ordena al paralítico: "Levántate, toma tu cama, y vete a tu casa". Por supuesto el paralítico obedeció, seguramente maravillado de verse caminando y glorificando a Dios y como también lo hacía la gente que estaba ahí.
Podemos con toda fe y autoridad orar por los necesitados adorándole, glorificándole y dándole gracias por su amor y compasión por nosotros y por todo el que lo necesite.
Amado Señor, queremos darte muchas gracias, porque a pesar de nosotros mismos, de nuestros prejuicios, de nuestra incredulidad, de nuestros razonamientos terrenales, Tú, Señor estás ahí, te mueves a compasión y misericordia con nosotros y haces permanentemente milagros en nuestras vidas. Ayúdanos Señor, por favor, a permanecer en el plano espiritual para reconocer lo que haces por nosotros y alabarte siempre. Amén