JUNIO 21
MATEO 8: 23 - 27
23 Cuando entró Jesús en la barca, sus discípulos lo siguieron.
24 Y de pronto se desató una gran tormenta en el mar de Galilea, de modo que las olas cubrían la barca; pero Jesús estaba dormido.
25 Llegándose a Él, lo despertaron, diciendo: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!».
26 Y Él les contestó*: «¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?». Entonces Jesús se levantó, reprendió a los vientos y al mar, y sobrevino una gran calma.
27 Los hombres se maravillaron, y decían: «¿Quién es Este, que aun los vientos y el mar lo obedecen?».
Creo que todos hemos vivido sucesos que jamás olvidaremos por lo que significaron en nuestras vidas. Recuerdo específicamente un hecho que tuvo lugar cuando tenía 13 años. Vivíamos en una ciudad costera a donde fueron a visitarnos unas primas. El mar quedaba a pocas cuadras de la casa, de manera que fuimos a disfrutar un rato. En ese lugar, el mar parece una piscina por lo tranquilo que es y en ese momento estaba con mucha gente que como nosotros tomaba un baño. Abruptamente, el mar se embraveció y las olas comenzaron a crecer y lo que comenzó como un juego se transformó en la necesidad de tomar una decisión vital.
Éramos cuatro. Mi hermano y una prima optaron por dejarse golpear por las olas y salir a la playa. Mi otra prima y yo nos quedamos esperando a que bajaran las olas porque temíamos que nos golpearan. Recuerdo que miraba hacia arriba y no veía más que agua y hacia los lados solo estabamos mi prima y yo. No sentí miedo. Me afanaba en agacharme para que la ola no me tirara y luego en aferrarme con fuerza a la arena para que la resaca no me llevara mar adentro.
De pronto, aparecieron dos personas que nos subieron a la canoa en que venían y nos sacaron a la orilla. Mi mamá y mi tía estaban completamente desencajadas y no paraban de llorar. La verdad, no dimensioné el peligro que había corrido.
Frente a estas situaciones a las que todos nos enfrentamos, nos queda una reflexión que es nada menos que la presencia y el amor de Dios quien más allá de las circunstancias nos cuida. Hoy, puedo asumir que el Señor estaba allí cuidando de nosotros y con su mano amorosa nos protegió. Él no duerme, el siempre está allí para nosotros. El dueño del universo con su infinito amor tiene para todos el momento justo para apoyarnos, soportarnos y sacarnos adelante. Por eso, no temamos a la adversidad y descansemos en el único que nos da paz, tranquilidad y felicidad reales.
Amado Señor, cuán dulce eres. Nos sentimos conmovidos al ver tu intervención en nuestras vidas. Eres maravilloso. Gracias por tu amor. Por favor Señor, nunca te apartes de nosotros a pesar de nostros mismos. Te adoramos Señor. Oramos en el nombre de Jesús, amén.