SANTIAGO 5: 13-18
13 ¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración. ¿Está alguno alegre? Cante alabanzas.
14 ¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor.
15 Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados.
16 Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho.
17 Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses.
18 Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto.
¿De qué índole son las crisis que enfrentamos en nuestra vida? Nadie puede decir que su vida ha sido un colchón de rosas y no ha tenido terribles momentos. Puede que al hacer un balance, el resultado sea que hemos tenido una vida maravillosa. Sin embargo, todos hemos estado enfermos, afligidos por la ausencia de nuestros seres queridos, devastados por conocer que nos han traicionado, frustrados por las pérdidas económicas, de trabajo, amistades; en fin, hay ocasiones en las que nos sentimos impotentes, desesperados, derrotados y atemorizados por la confrontación con las circunstancias adversas.
Como creyentes en el Señor tenemos la costumbre de orar diariamente en un encuentro íntimo con Dios. Sin embargo, esa costumbre puede hacer que nuestra oración sea mecánica, con unas muletillas que acuden a nuestra mente y que repetimos de manera un poco inconsciente. Cuando vivimos momentos de crisis, necesitamos salirnos de nuestra costumbre y acudir a Dios con una oración poderosa, que se aparte de la rutina que exprese realmente nuestra necesidad y reconozca su grandeza y poder, su misericordia y benignidad. Recuerdo que hace algunos años me habían diagnosticado una enfermedad bastante delicada, que se manifestaba por la aparición de moretones en las piernas intermitentemente. En esa ocasión las miraba con desesperación e impotencia y con ese sentimiento le manifesté al Señor que si Él no lo hacía, no tendría remedio. No puedo precisar los términos de mi oración, pero si recuerdo que en mi interior supe en ese momento que ya estaba sana. Nunca más volví a tener esas manifestaciones hasta el día de hoy y estoy segura que nunca los volveré a ver.
Podría también decir que en muchas ocasiones he orado y orado por otras necesidades y he tenido la sensación de que el Señor no me escucha. He tratado de retomar ese sentimiento "especial" cuando voy a orar, pero el asunto no funciona así. Dios conoce nuestro corazón y sabe el tono y el sentimiento que nos acompaña.
Lo que quiero significar con lo escrito anteriormente es que nuestra oración en momentos de crisis debe ser una oración que salga del fondo de nuestro corazón. Santiago describe muy bien cuándo y cómo debemos orar: si afligidos, orar derramando nuestro corzón. Si enfermos, sin alientos o con el temor de una terrible enfermedad que comprometa nuestra vida, orar reconociendo nuestra impotencia y su poder, pero aceptando su voluntad.
Recordemos que solo hay un intercesor entre Dios y los hombres, que es el Señor Jesús, de manera que Él y yo clamemos al Padre. Y aunque también dice Santiago que oremos unos por otros, la responsabilidad es nuestra y somos los únicos capaces de expresar los sentimientos de nuestro corazón con las palabras que reflejen lo que requerimos con urgencia.
Además de estar enfermos podemos estar alegres, y también en esos momentos debemos orar al Señor con alabanzas y adoración, dándole gracias por todos sus beneficios. El cántico de Moisés y María en Éxodo 15, después de salir de Egipto es una muestra de la oración en momentos de alegría.
No somos perfectos ni mucho menos; pero el Señor conoce nuestros corazones y así como a pesar de su pecado David siempre fue agradable al corazón de Dios, así como oyó las oraciones de Elías, que en la palabra dice que "era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto", el Señor siempre nos escucha y quiere que seamos justos, no por nuestros méritos, sino porque nos cobijamos con la justicia del Señor Jesús, ya que Él es el único justo y así hagamos realidad lo escrito por Santiago: "La oración eficaz del justo puede mucho".
Amado Padre celestial, queremos aprender a orar desde nuestro corazón. Sabemos que esa es la oración poderosa que recibe tu respuesta. Queremos recordarte todos los días como lo hacemos con los seres queridos que nos han antecedido en su paso a tu presencia. Queremos alabarte y adorarte y sin importar lo que nos ocurra, saber que siempre eres nuestro refugio y fortaleza. Gracias porque nos amas y tienes misericordia de nosotros. Gracias en el nombre de Jesús, amén.