2 CORINTIOS 12: 9
Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.
Todos tenemos unos días maravillosos en los que nos sentimos exultantes, dueños del mundo y damos gracias a Dios, si lo recordamos, por habernos hecho tan buenos, porque hasta creemos que gracias a nosotros mismos es que tenemos esos momentos. Pero, también y muy cercanos a los maravillosos, tenemos unos días pésimos, donde nos golpeamos desde que abrimos los ojos. Esos sentimientos de grandeza y suficiencia se desvanecen, mejor dicho, momentos en que nos aterriza la realidad.
Recuerdo un día, especialmente, en el que prácticamente salí en hombros de una revisión gerencial, daba gracias a Dios, pero en el fondo me sentía lo máximo. Llegué a mi casa y con voz atropellada comencé a contar lo buena que era, y ¿saben qué? no me escucharon y por el contrario me enrostraron lo mal que me había quedado el almuerzo y las cosas que debí haber hecho y no hice. Aterrizaje total. No alcancé a tener un día completo de gloria, pero si una lección que nunca olvidaré.
En mi lugar secreto hablaba con mi Señor quien me hizo entender que es por su misericordia que estoy viva, por su misericordia que tengo buenos momentos y por supuesto por su misericordia tengo la fortaleza para afrontar los malos momentos. La moraleja de esta historia es que nosotros, sus hijos, sin Él nada somos y que se glorifica en nuestra debilidad.
Amado Padre celestial, te adoramos y reconocemos que sin ti nada somos. Gracias por enseñarnos que dependemos totalmente de ti y que los momentos de gloria y de dolor son parte de ese plan perfecto que tienes para nosotros. Por favor nunca nos permitas apartarnos de tu lado. Oramos en el nombre de Jesús, amén.