FEBRERO 11
LUCAS 19:1-10
1 Habiendo entrado Jesús en Jericó, iba pasando por la ciudad.
2 Y sucedió que un varón llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos, y rico,
3 procuraba ver quién era Jesús; pero no podía a causa de la multitud, pues era pequeño de estatura.
4 Y corriendo delante, subió a un árbol sicómoro para verle; porque había de pasar por allí.
5 Cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando hacia arriba, le vio, y le dijo: Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa.
6 Entonces él descendió aprisa, y le recibió gozoso.
7 Al ver esto, todos murmuraban, diciendo que había entrado a posar con un hombre pecador.
8 Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado.
9 Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham.
10 Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.
¿Quiénes somos nosotros frente a Jesús? Indudablemente, muy poca cosa. Frente a la magnificencia de Dios, frente a su infinito amor y el amor de su hijo, podemos pensar con mucha razón que Él no tiene porqué mirar hacia donde estamos, porque no nos necesita y frente a Él somos insignificantes.
Zaqueo en este pasaje era consciente de su estatura. Cuando se paraba junto a otros, con seguridad era invisible y cuando se trataba de una multitud, no tenía posibilidad alguna de ver a Jesús ni de que Él lo viera. Pero no se amilanó por esa circunstancia y se subió a un árbol sicomoro para, por lo menos, verlo de lejos.
Pero el Señor sabía que allí estaba Zaqueo, y tenía para él un regalo maravilloso, de manera que cuando pasó debajo del árbol miró hacia arriba y lo llamó y lo urgió para que fuera a su casa a preparar su visita.
Como con el caso de Zaqueo, el Señor Jesús es conocedor de cada uno de nosotros y está presto a llamarnos y exhortarnos a que preparemos nuestro corazón para recibirlo, porque aunque no nos necesita, si nos ama, y por ello dio su vida en pago por nuestros pecados.
Por ello, busquemos el sicomoro y subamos a sus ramas para que cuando el Señor pase, mire hacia arriba y diga: Hijo mío apúrate a preparar tu casa que esta noche posaré allí. No importa lo poca cosa que seamos, no importa el tamaño de nuestros pecados, seamos como Zaqueo que anonadado y humillado ante Él le mostró su arrepentimiento y su deseo de seguirlo y ser aceptado.
Nuestro corazón debe estar dispuesto a recibir y alojar para siempre al Señor, para que así como a Zaqueo, nos diga "Hoy ha venido la salvación a esta casa", porque debemos recordar que Jesús vino no solamente a que las ovejas de su prado lo reconocieran sino a salvar y recuperar lo que se había perdido.
Amado Señor Jesús; Qué grandioso es saber que no importa nuestro tamaño espiritual, no importan nuestros pecados, sino que lo trascendental es nuestra capacidad de amar. Por tu amor y misericordia te rogamos que te fijes en nosotros, nos mires y nos urjas para preparar morada para Ti. Nuestro corazón está dispuesto, las puertas están abiertas, para que entres, permanezcas y mores en él para siempre.
Te adoramos Señor, amén.