MARZO 31

Dícele Jesús: Porque me has visto, Tomás, creiste: bienaventurados los que no vieron y creyeron.

Dícele Jesús: Porque me has visto, Tomás, creiste: bienaventurados los que no vieron y creyeron.

LA PALABRA DE DIOS

JUAN 20:24-29

24 Empero Tomás, uno de los doce, que se dice el Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino.

25 Dijéronle pues los otros discípulos: Al Señor hemos visto. Y él les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré.

26 Y ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Vino Jesús, las puertas cerradas, y púsose en medio, y dijo: Paz á vosotros.

27 Luego dice á Tomás: Mete tu dedo aquí, y ve mis manos: y alarga acá tu mano, y métela en mi costado: y no seas incrédulo, sino fiel.

28 Entonces Tomás respondió, y díjole: ­Señor mío, y Dios mío!

29 Dícele Jesús: Porque me has visto, Tomás, creiste: bienaventurados los que no vieron y creyeron.

REFLEXIÓN

Puede uno imaginar cómo estaban de tristes los apóstoles, María, la madre de Jesús, y todos los que lo seguían. Aparentemente, esos tres años de su ministerio, con todo lo que había ocurrido, tan extraordinario, quedaron truncados con la crucifixión y muerte de Jesús.

Dice la palabra que estaban reunidos, seguramente recordando y lamentándose por lo que estaba ocurriendo. No podían creer que hubiera muerto y mucho menos que resucitaría. Sin embargo, al tercer día tal y como se los había anunciado, Jesús resucitó.

La primera persona que se dio cuenta de ello fue María quien fue al sepulcro y encontró la loza removida. Su pensamiento no fue que Jesús hubiera resucitado sino que alguien había movido la piedra y al entrar se encontró con que la tumba estaba vacía. Allí en el jardìn del lugar donde estaba sepultado, lo vio y después de unos momentos y de hablar un poco, lo reconoció.  Era Jesús vivo y  con esa noticia corrió a donde estaban sus discípulos.

Ellos no podían creeer y en medio de una discusión de pronto se les apareció el Señor y los dejó anonadados y felices. Su promesa se había cumplido. Hoy todos estamos felices de que así haya sido y ello fue la base para la fe de todos de ese momento en adelante.

Sin embargo, uno de sus discípulos, Tomás no estaba en el momento en que se apareció el Señor y manifestó su incredulidad al respecto. Él tuvo la suerte de que el mismo Jesús lo reconviniese por no creer, presentándosele en persona. Además, porque para nosotros también hubo, el Señor dio una promesa a los que sin haberlo visto hemos creido. 

En momentos en los que mirando al cielo, en medio de la incertidumbre y la impotencia frente a los hechos que estaban conmoviendo al planeta hasta los cimientos, cuando los muertos se contaban diariamente por miles, recogemos la promesa del Señor Jesús cuando nos dice que si creemos en Él somos bienaventurados y además si pedimos al Padre algo en su nombre, nos será hecho.

Amado Señor, después de esos días terribles que tuviste cuando pagaste por nuestros pecados, llegó la resurrección. El trabajo estaba hecho y ya estás con tu Padre en el cielo. Como dice la palabra, si no hubiera sido así, vana sería nuestra fe. Señor, ahora somos tuyos, vives en nuestro corazón y podemos acercarnos al Padre a través de ti, para suplicarte por la tierra. Sabemos que nos escuchas, Señor; sabemos que Dios es un padre amoroso que tiene compasión y olvida nuestros pecados. Por ello, Padre, en el nombre de tu hijo Jesús, te imploramos. Por favor, compadécete del mundo. Somos incapaces, nos sentimos impotentes y reconocemos que solo Tú puedes salvarnos y perdonar nuestros pecados. Aunque no seamos todos, muchos, muchísimos estamos suplicandote por ello y estamos dispuestos a tratar de no pecar y a vivir para ti y contar a otros de lo que hiciste por todos en la cruz. Te adoramos Señor, amén.