SALMOS 34: 17 - 18
17 Claman los justos, y el Señor oye, y los libra de todas sus angustias.
18 Cercano está Dios a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu.
SALMOS 147: 3
Él sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas.
MATEO 5: 4
Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.
Ayer hizo siete años que falleció mi mamá. En toda mi vida nunca me había sentido tan devastada. El proceso de aceptación y recuperación del dolor ha sido lento. No pasaba un día sin llorar al recordarla, y hoy todavía la traigo a colación permanentemente en mis conversaciones. La vida cambió no solo para mi sino para mi papá, quien se negó a vivir con nosotros y rumió su soledad por tres años.
Ante estos sucesos naturales de la vida, porque sabemos que nacemos para morir, encontramos que sin nuestro Padre, el corazón no lograría paz. Él así lo sabe y por ello en su palabra nos recuerda que ahí está sanando a los que imploramos por su consuelo, vendando nuestras heridas y dándonos la capacidad para seguir con el corazón limpio y agradecido. Cuando estamos quebrantados por el dolor podemos tener la certeza de que tenemos lo mejor, porque nuestro amado Padre está consolándonos y porque nuestros seres queridos que parten están recibiendo lo mejor de sus vidas.
En el sermón del monte Jesús hizo referencia a los que lloran. Allí nos muestra cómo Dios, nuestro padre, está presto a consolarnos y darnos las fuerzas que necesitamos. Esa es una bendición muy grande porque nos permite sentir que no importan las circunstancias que vivamos, no estamos solos. Nos acompaña y sustenta el creador del universo. En cuanto a mi mamá, no tengo dudas de que está mejor allá. Feliz y en la mejor compañía.
Amado Padre, tú que conoces todo de los seres humanos, tienes la misericordia y sobre todo el amor infinito para sustentarnos en todos los momentos de nuestra vida. Gracias por enseñarnos que en medio del dolor estás llevando a cabo ese plan perfecto que tienes para cada uno de nosotros, bien sea para mitigar el dolor, como para llevarnos en tránsito a nuestra morada definitiva. Te adoramos Señor, amén.