SALMOS 51:7-13
7 Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve.
8 Hazme oír gozo y alegría, y se recrearán los huesos que has abatido.
9 Esconde tu rostro de mis pecados, y borra todas mis maldades.
10 Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí.
11 No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu.
12 Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente.
13 Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, y los pecadores se convertirán a ti.
David llevaba un largo rato atormentado por sus pecados. Aunque fuera el rey y sus actos fueran "normales" en aquella época, en el fondo de su corazón sabía que había pecado contra Dios. El Señor acudió en su ayuda a través de Natán quien lo enfrentó y le declaró que era un pecador por haber tomado a Betsabé y matado a Urías su esposo, para quedarse con ella.
David como rey hubiera podido mandar a matar a Natán, pero en cambio de eso confesó su pecado, y por ello derramó su corazón en este salmo, que en el versículo 7 comienza diciendo: "Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve".
Sí, él sabía que solo Dios podría limpiarle, sacar de su corazón ese pecado. Nosotros, en nuestro lugar secreto, podemos aun postrarnos ante nuestro Dios, confesar eso que tenemos allá escondido y sin resolver y desnudarnos ante Él, llorar y suplicar como David que con su hisopo borre nuestros pecados, porque sabemos que solo Él lo puede hacer.
Así como a David la convicción de sus pecados lo fue mermando tanto física como espiritualmente, el pecado nos hace decaer paulatinamente. Por ello, pidamos al Señor nos devuelva la alegría y nos restaure. Sabemos que sólo el Señor borra nuestros pecados y los tira al fondo del mar, tal como lo dice Miqueas 7:19. "Solo Él nos restaura y nos da un corazón limpio y renueva nuestro espíritu".
Amado Señor, queremos darte muchas gracias por perdonar nuestros pecados, por olvidarlos y restaurarnos. Por favor nunca nos eches de tu lado ni quites de nosotros tu santo Espíritu. Te adoramos y valoramos enormemente el regalo de tu hijo Jesús, el único capaz de reconciliarnos contigo, para poder contar al mundo de tus obras y tu grande amor. Oramos en el nombre de Jesús, amén.