NOVIEMBRE 21
JUAN 4:46-54
46 Vino, pues, Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Y había en Capernaum un oficial del rey, cuyo hijo estaba enfermo.
47 Este, cuando oyó que Jesús había llegado de Judea a Galilea, vino a él y le rogó que descendiese y sanase a su hijo, que estaba a punto de morir.
48 Entonces Jesús le dijo: Si no viereis señales y prodigios, no creeréis.
49 El oficial del rey le dijo: Señor, desciende antes que mi hijo muera.
50 Jesús le dijo: Ve, tu hijo vive. Y el hombre creyó la palabra que Jesús le dijo, y se fue.
51 Cuando ya él descendía, sus siervos salieron a recibirle, y le dieron nuevas, diciendo: Tu hijo vive.
52 Entonces él les preguntó a qué hora había comenzado a estar mejor. Y le dijeron: Ayer a las siete le dejó la fiebre.
53 El padre entonces entendió que aquella era la hora en que Jesús le había dicho: Tu hijo vive; y creyó él con toda su casa.
54 Esta segunda señal hizo Jesús, cuando fue de Judea a Galilea.
Los cuatro evangelistas narraron en numerosas ocasiones los milagros que el Señor Jesús hizo durante los tres años de su ministerio, pero en este caso hay unos detalles que merecen especial consideración.
1. Aunque según dice el verso 54 esta fue la segunda señal que hizo Jesús, ya lo conocían por el milagro que hizo justo antes de iniciar su ministerio por petición de María su madre, cuando convirtió el agua en vino, de manera que muy seguramente cuando se enteraron de que iría, muchas personas debieron acudir con la esperanza de recibir un milagro. Entre ellos estaba un oficial del rey desesperado porque su hijo estaba enfermo y temía por su vida.
La pregunta que surge es: ¿Cuál es la razón por la que buscamos a Dios? ¿Lo consideramos un hacedor de milagros? Pues no debe ser así. Aunque nos sintamos atraídos por su poder, debemos buscarlo por el simple gozo de estar allí frente a Él en intimidad y adorarlo. Lo demás será añadido sin que siquiera lo pensemos.
2. El oficial del rey sabía que podía pedir y en su deseperación le rogó a Jesús que fuera a su casa, antes de que su hijo muriera. Jesús entonces le respondió recriminándole porque requería señales para creer.
3. El oficial del rey no tuvo en cuenta el regaño de Jesús sino que le repitió el pedido de que fuera inmediatamente, porque si no lo hacía, su hijo moriría. Con esta frase tan apremiante, le estaba diciendo: Creo. Entonces, Jesús le dijo: "Ve, tu hijo vive".
Podemos suponer la emoción y expectativa que tenía el oficial y la carrera que pegó tratando de llegar a su casa lo antes posible para comprobar que lo que Jesús le había dicho era verdad. Seguramente, mientras corría estaba orando fuertemente a Dios, derramando su espíritu ante Él, dándole gracias y llorando abundandatemente porque se mezclaban el temor y la esperanza.
Los acontecimientos se sucedieron rápidamente. Sus siervos salieron a encontrarle y agitados y felices le contaron que su hijo vivía. Aunque ya lo sabía por las palabras de Jesús podemos imaginar el impacto que tuvieron y la gratitud y alivio que invadián su espíritu.
Pero, para tener toda la certeza preguntó a sus siervos en qué momento había comenzado a mejorar y ellos le dieron la hora y el día. No quedaba duda alguna. El Señor Jesús había cumplido su palabra. Aquella fue la hora cuando le había dicho: "Tu hijo vive".
Por supuesto la fe del oficial se acrecentó y como dice en el verso 53, "creyó él con toda su casa". Cuando creemos en el Señor Jesús comienza a haber cambios en nuestro comportamiento que hacen pensar a los que nos rodean cuál será el motivo de ello, y muy seguramente, después de un período de incredulidad, de oposición hasta de mofa, cuando la casa ve la diferencia, toda la familia se acercará a Dios y creerá en Él.
Señor te damos muchas gracias por tu amor. Porque así como sanaste el hijo del oficial, así repartes en nosotros tus milagros y prodigios. Gracias en primer lugar por habernos escogido como tus hijos desde antes de la fundación del mundo. Acrecienta nuestra fe para que no necesitemos señales sino que tu solo nombre nos sea suficiente. Te adoramos Señor, amén.