ABRIL 18
GÉNESIS 37:28
28 Y cuando pasaban los madianitas mercaderes, sacaron ellos a José de la cisterna, y le trajeron arriba, y le vendieron a los ismaelitas por veinte piezas de plata. Y llevaron a José a Egipto.
GÉNESIS 39:20
20 Y tomó su amo a José, y lo puso en la cárcel, donde estaban los presos del rey, y estuvo allí en la cárcel.
GÉNESIS 41:39-41
39 Y dijo Faraón a José: Pues que Dios te ha hecho saber todo esto, no hay entendido ni sabio como tú.
40 Tú estarás sobre mi casa, y por tu palabra se gobernará todo mi pueblo; solamente en el trono seré yo mayor que tú.
41 Dijo además Faraón a José: He aquí yo te he puesto sobre toda la tierra de Egipto.
GÉNESIS 42:6- 7
6 Y José era el señor de la tierra, quien le vendía a todo el pueblo de la tierra; y llegaron los hermanos de José, y se inclinaron a él rostro a tierra.
7 Y José, cuando vio a sus hermanos, los conoció
GÉNESIS 47:11-12
11 Así José hizo habitar a su padre y a sus hermanos, y les dio posesión en la tierra de Egipto, en lo mejor de la tierra, en la tierra de Ramesés, como mandó Faraón.
12 Y alimentaba José a su padre y a sus hermanos, y a toda la casa de su padre, con pan, según el número de los hijos.
Todos hemos tenido momentos en los que nos preguntamos: ¿Por qué yo, por qué a mi? Procuramos ser buenas personas, creemos que lo malo le ocurre a los demás y que Dios no puede permitir que nada nos toque. Declaramos con mucha fe el Salmo 91 con la certeza de que estamos protegidos por el Señor.
¿Entonces, por qué vivimos circunstancias adversas? ¿Por qué nos tocan las plagas? ¿Por qué yo?
Si miramos la biblia, encontramos a lo largo del tiempo cómo a su pueblo le ocurrieron muchas cosas. Desde Génesis hasta Apocalipsis, pareciera que hay contradicciones entre las promesas de protección de Dios y la realidad. En este caso, recordemos a José. José hijo de Jacob, vivió unas circunstancias muy difíciles, primero a manos de sus propios hermanos, quienes lo vendieron a los Ismaelitas, quienes lo vendieron a Potifar oficial de faraón. Después a manos de Potifar, quien por una falsa acusación de su mujer lo hizo encarcelar. José muy seguramente se cuestionó acerca de esas circunstancias en las que no tenía control y mucho menos culpa, que le cambiaron su vida de una manera radical e incomprensible. Pasar de ser un hijo amado a ser esclavo es irreversible y además lo peor que le puede pasar a alguien. Pasar de mayordomo a preso, sin tener culpa alguna, debe ser decepcionante y la impotencia debe apoderearse de uno.
Sin embargo, el Señor a través de José y su historia nos muestra cómo sus perfectos planes incluyen algunos sufrimientos, pero no su abandono. Lo que ocurrió a José fue necesario para que pudiera traer a su familia a Egipto y salvarla de esa terrible hambruna que asolaba la tierra en ese momento. José fue elegido por Dios para una tarea que hace parte de esa gran promesa hecha a Abraham y al pueblo de Israel. Todo lo que ocurrió debía ocurrir y José así lo entendió. Dios no lo había abandonado a su suerte. Siempre estuvo allí a su lado y lo sustentó para que pudiera salir adelante, para que fuera distinguido por Potifar, por Faraón y al fin pudiera cumplir el plan perfecto de Dios.
Entonces, la pregunta que debemos hacernos cuando tenemos circunstancias desagradables es ¿Para qué? No sabemos el futuro, sólo debemos creer, confiar y abandonarnos a su propósito. Nuestra oración no debe ser centrada en nosotros mismos, sino en nuestro Señor.
Amado Padre celestial gracias por enseñarnos que nunca nos abandonas, que no importan las circunstancias en que nos encontremos, siempre estás ahí con nosotros desrrollando ese plan perfecto que tienes para nosotros. Por favor regálanos la claridad de pensamiento para entender que nada nos ocurre por casualidad y que solo debemos creer. Te adoramos Señor en el nombre de Jesús, amén.