APOCALIPSIS 1:17-18
17 Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: no temas; yo soy el primero y el último;
18 y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades.
Salmos 23:4
Aunque ande en valle de sombra de muerte, No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; Tu vara y tu cayado me infundirán aliento.
La pandemia de alguna manera dividió la historia en antes y después. En las conversaciones cotidianas podemos oir cómo nos referimos a esos momentos como un hito. Fue tanto el impacto que tuvo en nuestras vidas que seguramente lo recordaremos hasta el final de nuestras vidas y continuaremos dicendo que la pandemia cambió el mundo. De hecho, así fue. Los ánimos fluctuaban permanentemente. Las esperanzas se alejaban y regresaban, las noticias nos impelían a actuar erráticamente. El temor se apoderaba de nosotros. Parece extraño que un organismo microscópico haya puesto en jaque al mundo entero. En el plano espiritual, Dios nos muestra que no somos nada. Que el mundo puede continuar sin nosotros. El género humano fue vencido por algo que ni siquiera vemos. Sin embargo, tenemos una realidad que supera todo lo anterior. Somos hijos de Dios.
Juan en apocalipsis nos muestra quién es el Señor, cómo frente a nuestro abatimiento pone su mano sobre nosotros y nos dice "no temas; yo soy el primero y el último". Si, Él es el alfa y el omega, el principio y el fin de todas las cosas, por Él hemos sido hechos y Él es nuestro dueño. A través de su hijo, nuestro señor Jesucristo, nos enseña que aunque estuvo muerto por nuestros pecados, resucitó y vive para siempre. De Él son las llaves de la muerte, de manera que siendo suyos nada debemos temer.
Por ello, también en el Salmo 23, en el que nos declara su amor y cuidado, nos promete que aunque estemos pasando por momentos muy duros, aunque la muerte ronde a nuestro alrededor, no debemos temer porque Él está con nosotros siempre y su mano amorosa nos sostiene.
Amado Padre celestial, qué maravilloso es saber que estamos en tus manos. Gracias por mostrarnos que no debemos temer porque somos tuyos y como dice tu palabra; "tu vara y tu cayado nos infundirán aliento." Gracias por el regalo de la vida que nos has dado y por favor Señor fortalece nuestra fe para que nunca dudemos de tu poder, de tu amor y tu misericordia. Te lo pedimos en el nombre de Jesús, amén.