JUAN 8: 3-11
3 Entonces los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio,
4 le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio.
5 Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?
6 Mas esto decían tentándole, para poder acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo.
7 Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella.
8 E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra.
9 Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio.
10 Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?
11 Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más.
Qué maravilloso y fuerte mensaje nos da el Señor a través de este pasaje. Puede uno imaginar al Señor Jesús saliendo del templo con una multitud que lo adoraba y también con un grupo de envidiosos que sentían que era una amenaza para sus intereses.
De pronto aparecen los escribas y los fariseos con una mujer sorprendida en adulterio, enardecidos frente a la perspectiva de su lapidación y creyendo que pueden usar la situación para probar al Señor, y quizás encontrar la manera de acusarle y sacarlo del escenario.
Conocemos esa historia y en esta ocasión quiero que meditemos en su significado para nuestras vidas. ¿Qué tan buenos somos, qué tan buenos nos creemos? Seguramente, todos constestaremos, que bueno no hay sino uno, pero en nuestra cotidianidad, somo rápidos para emitir juicios de valor frente a las ideas y actuaciones de los otros. Nos sentimos mejores por estar en los caminos del Señor, pero ¡qué lejos estamos de la verdad!
Si con nuestros juicios condenamos, si consideramos que solo lo que hacemos está bien porque acudimos al templo, oramos y diezmamos, no estamos haciendo lo que el Señor nos pidió. Él, el único que podría hacerlo nos muestra en este pasaje que no está interesado en condenar a nadie. Por eso, tiremos al suelo las piedras y en vez de lapidar a quienes a nuestro juicio lo merecen, reflexionemos acerca de nosotros mismos, hagamos conciencia y estemos atentos para evitar opinar o dar esos juicios de valor que condenan.
Amado Padre, ¡qué maravilloso eres! Tú, el justo, el todopoderoso y el omnipotente, eres también la personificación del amor y no quieres condenarnos y por supuesto, ya que queremos ser como Tú, queremos sentir compasión solidaridad con nuestro prójimo. Gracias por la paciencia y tolerancia que tienes con nosotros. Ayúdanos a reflejar tu amor, a no condenar ni juzgar para ser cada día, más como Tú. Te adoramos en el nombre de Jesús, amén.