LUCAS 8:40-48
40 Cuando volvió Jesús, le recibió la multitud con gozo; porque todos le esperaban.
41 Entonces vino un varón llamado Jairo, que era principal de la sinagoga, y postrándose a los pies de Jesús, le rogaba que entrase en su casa;
42 porque tenía una hija única, como de doce años, que se estaba muriendo. Y mientras iba, la multitud le oprimía.
43 Pero una mujer que padecía de flujo de sangre desde hacía doce años, y que había gastado en médicos todo cuanto tenía, y por ninguno había podido ser curada,
44 se le acercó por detrás y tocó el borde de su manto; y al instante se detuvo el flujo de su sangre.
45 Entonces Jesús dijo: ¿Quién es el que me ha tocado? Y negando todos, dijo Pedro y los que con él estaban: Maestro, la multitud te aprieta y oprime, y dices: ¿Quién es el que me ha tocado?
46 Pero Jesús dijo: Alguien me ha tocado; porque yo he conocido que ha salido poder de mí.
47 Entonces, cuando la mujer vio que no había quedado oculta, vino temblando, y postrándose a sus pies, le declaró delante de todo el pueblo por qué causa le había tocado, y cómo al instante había sido sanada.
48 Y él le dijo: Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz.
Jesús ya era conocido en todos los lugares por donde andaba. Ya era conocido por todos y lo seguían felices de que estuviera entre ellos, porque además de escucharlo, además de sentir que los adentraba en la vida espiritual, que les hablaba de su Padre, nuestro Dios, les daba milagros. Que si los sanaba, los restauraba, que si les resolvía sus problemas, que supongo esperaban dinero y hasta posición.
Jairo, un principal de la sinagoga se unió a esa multitud y se le acercó a suplicarle que le ayudara con su hijita de 12 años, que estaba muriendo. Jesús aceptó ir con Jairo a su casa para atender a la niña, pero le era muy difícil caminar porque la multitud lo oprimía; casi no podía andar, porque tanta gente se arremolinaba a su alrededor.
Jesús, de pronto se voltea y pregunta ¿Quién me ha tocado? Los discípulos le respondieron algo así como : ¿Cómo preguntas ésto? Todos te han tocado, casi no podemos andar de tanta gente que hay. Y ahí en ese momento, una mujer se postró a sus pies y confesó que había sido ella. Ella, la que había provocado que del Señor Jesús saliera poder para sanarla de la enfermedad que padecía casi el mismo tiempo que tenía la niña de Jairo y que ningún médico había podido curar. Ella, la que pensaba, "si pudiera aunque fuera tocar el borde de su manto, sería sanada". Y lo fue. El Señor Jesús reconoció su fe y así se lo manifestó.
La pregunta obligada es, ¿Por qué a ella, por qué en medio de la multitud que lo seguía, sintió que cuando ella le tocó el borde de su manto salio poder para sanarla? ¿Por qué sintió solo a esa mujer y no al resto? ¿Cómo debemos actuar, qué debemos pensar, cómo debemos orar, cómo debemos presentarnos al Señor para generar en Él la respuesta que tuvo con la mujer del pasaje bíblico que acabamos de mencionar?
Creo que la fórmula para ello es actuar como la mujer. Ella, no aspiraba a nada, ella manifestaba su esperanza, su impotencia y su deseperación fruto de doce años de enfermedad, a la que si bien no estaba resignada, ya hacía parte de ella. No tenía nada más que hacer. Ya había gastado todo lo que tenía en médicos y no sanaba. ¿Será que eso nos suena familiar? Ella tenía excusa porque el Señor estaba allá por primera vez y era su única oportunidad con Él.
Pero en nuestro caso, la provocación para que el Señor voltee sus ojos a nosotros y nos regale su poder, no debe ser la resignación con que a veces nos referimos a Él, cuando sabemos que pasará algo que no deseamos, cuando decimos "Que sea lo que Dios quiera". No, debe ser la certidumbre de nuestra pequeñez frente a su omnipotencia, amor y misericordia. "Que sea lo que Tú quieras" debe ser, no solo nuestra expresión sino nuestra postura permanente frente a todas las cirunstancias de nuestra vida.
Amado Señor, queremos provocar tu mirada bondadosa hacia nosotros. Queremos que salga de ti poder para nosotros, cuando nos ponemos frente a ti. Queremos que como a la mujer, nos digas: tu fe te ha salvado. Enséñanos por favor a permanecer quietos frente a ti y esperar para que nos indiques qué debemos hacer. Henos aquí amado Señor. Aquí estamos. Amén