NOVIEMBRE 26

Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve.

Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve.

LA PALABRA DE DIOS

SALMOS 51: 7-12

7 Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve.

8 Hazme oír gozo y alegría, y se recrearán los huesos que has abatido.

9 Esconde tu rostro de mis pecados, y borra todas mis maldades.

10 Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí.

11 No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu.

12 Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente.

REFLEXIÓN

Si viviéramos la vida que merecemos, muy seguramente estaríamos en malas condiciones. No me refiero a lo material sino a lo que espiritualmente tendríamos. Somos imperfectos, pecadores, infieles, incostantes, en fin, tenemos todas esas características que nos da nuestra condicion humana. Sin embargo, el Señor nuestro Padre amado nos ha permitido llegar a sus pies y gozar de bendiciones y privilegios por ser sus hijos. 

Cuando recibimos al Señor Jesús en nuestros corazones, comenzó para nosotros una nueva vida y como niños fuimos creciendo y fortaleciendo nuestra relación con Él, soportados por su mano  y amparados en su amor y tolerancia. Por lo menos eso creemos, aunque también en el fondo de nuestro corazón sentimos que fallamos permanentemente y que solo por su misericordia permanencemos en Él.

Hemos seguido pecando? Cada quien en su corazón lo sabe. Probablemente en nuestros encuentros diarios con nuestro Señor tengamos que pedirle perdón por lo que hemos hecho o dejado de hacer para agradarlo, pero Él que es conocedor de nuestra fragilidad y debilidad, como padre amoroso nos acoge y perdona una y otra vez. Hacemos el propósito firme de no caer y al momento siguiente lo estamos haciendo. Somos como las olas del mar que van y vienen, pero más allá de todo eso, somos hijos de Dios y podemos tener la certeza de su perdón y salvación.

Por ello, los invito a que como lo hizo el salmista, imploremos al Señor con sus propias palabras: Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve.  Hazme oír gozo y alegría, y se recrearán los huesos que has abatido.  Esconde tu rostro de mis pecados, y borra todas mis maldades.  Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí.  No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu.  Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente.

Amado Padre celestial, qué hermosas palabras las del salmista que desnuda su alma frente a ti. Queremos Señor que actúes en nosotros de esa manera para que seamos blancos como la nieve y podamos estar siempre frente a ti dándote gracias y adorándote por ser quien eres con cada uno de nosotros. Oramos en el nombre de Jesús, amén.