MATEO 11:25-30
25 En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños.
26 Sí, Padre, porque así te agradó.
27 Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar.
28 Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.
29 Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas;
30 porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.
Estaba Jesús con sus discípulos quienes le estaban contado los prodigios que en su nombre estaban haciendo. El Señor, regocijado en espíritu, como lo dice Lucas 21, elevó una oración al Padre dándole gracias y alabándole porque había revelado a sus discípulos los misterios del reino de los cielos.
Aunque el verso dice literalmente: "porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños", dado el contexto del pasaje, al parecer cuando dijo a los niños se refería a sus discípulos que no eran ni escribas, ni fariseos, ni doctores, sino personas del común, niños en la fe.
También declaró el Señor su filiación con Dios, quien le entregó todo lo que existe y todo el poder. Pero, ¿el poder para qué? Él lo dice un poco más adelante: para entregarnos su amor, para ayudarnos a llevar nuestra carga, para descansar en Él, para revelarnos el amor de Dios. En esos momentos oscuros en los que sentimos que el mundo se nos viene encima, cuando la salud, el trabajo, la familia, las circunstancias nos agobian y pareciera que son superiores a nuestras fuerzas, Tú Señor estás ahí presto a recibir nuestras cargas.
¿Qué nos pide el Señor a cambio? Obediencia, sumisión, amor, humildad. Quiere que aprendamos de Él para que tengamos paz. Comparado el yugo del Señor con nuestra carga cotidiana podemos sentirnos felices y descansados.
Amado Señor Jesús, nos hubiera gustado estar en esos momentos en que estuviste en la tierra y haber disfrutado de tu palabra en vivo. Podemos imaginarte como un hombre carismático, brillante, que enamoraba a todos con solo mirarte. Tus innumerables milagros dieron cuenta de tu poder, pero más allá de eso, tu amor, tu desprendimiento, tu claridad y la coherencia en tus actuaciones, siempre mirando y actuando en nombre de tu Padre, nuestro Padre, aún hoy, más de dos mil años después de tu venida, nos siguen cautivando. Te adoramos Señor y te damos gracias porque podemos recostarnos en tu regazo y descansar en ti. Por favor ayúdanos a recibir tu carga y a permanecer en ti hasta el final. Amén.