DICIEMBRE 27
LUCAS 2:25-35
25 Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él.
26 Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor.
27 Y movido por el Espíritu, vino al templo. Y cuando los padres del niño Jesús lo trajeron al templo, para hacer por él conforme al rito de la ley,
28 él le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, diciendo:
29 Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, Conforme a tu palabra;
30 Porque han visto mis ojos tu salvación,
31 La cual has preparado en presencia de todos los pueblos;
32 Luz para revelación a los gentiles, Y gloria de tu pueblo Israel.
33 Y José y su madre estaban maravillados de todo lo que se decía de él.
34 Y los bendijo Simeón, y dijo a su madre María: He aquí, éste está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha
35 (y una espada traspasará tu misma alma), para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones.
Continuando con los primeros días de la vida de Jesús, hecho que celebramos año tras año, vemos que Lucas, el evangelista historiador, el letrado, el que escribió para los griegos, relata que José y María conforme a lo que mandaba la ley de Moisés fueron al templo a cumplir el rito de purificación y para presentar a Jesús ante Dios.
Nuevamente ocurren unos hechos extraordinarios que confirman el origen y destino de ese niño que tenía escasos ocho días de vida pero que desde esos momentos era ya motivo de alegría, adoración, agradecimiento y promesas. Simeón, un hombre como dice Lucas, justo y piadoso, esperaba que viniera el Mesías. El Espíritu Santo que estaba sobre él le había revelado que antes de morir lo vería y lo movió para que fuera al templo donde estaban haciendo el rito, tomo en sus brazos al niño y declaró ante los que allí estaban la maravilla que había ocurrido, bendiciendo al Padre, les manifestó que ya podría morir porque había visto al ungido de Israel, que había venido al mundo para salvación, para salvación de todos los pueblos de la tierra.
Su cántico de adoración y alabanza a Dios por el nacimiento de Jesús maravillaba a José y a María su madre, quien seguramente estaba atesorando en su corazón todas esas palabras tan maravillosas, pero también temiendo por lo que el futuro les depararía. Y no estaba equivocada, porque treinta y tres años después iba a ser testigo de la muerte de su amado hijo tal como le dijo Simeón proféticamente, "y una espada traspasará tu misma alma".
Este es un momento de alegría de todo el planeta porque nos centramos en el nacimiento de Jesús, pero no podemos olvidar que Jesús creció, a los treinta años inició su ministerio y fue tan grande y avasallador que los poderosos entre los sacerdotes, los fariseos, decidieron matarlo y para ello usaron al pueblo que, como muchos, olvida con facilidad las maravillas los milagros y el amor que les dio Jesús.
Amado Padre celestial, muchas veces olvidamos que el niño que estamos adorando por su cumpleaños, no se quedó así sino que a los 33 años fue crucificado y pagó con su muerte el precio de nuestros pecados. Gracias Señor por recordarnos que ese precioso niño vino para que pasaramos de muerte a vida. Te adoramos Señor y adoramos a tu hijo el niño Jesús, Jesús hecho hombre por amor, para que tuviéramos vida eterna. Amén.