SALMOS 121
1 Alzaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro?
2 Mi socorro viene de Dios, que hizo los cielos y la tierra.
3 No dará tu pie al resbaladero, ni se dormirá el que te guarda.
4 He aquí, no se adormecerá ni dormirá el que guarda a Israel.
5 El Señor es tu guardador; Él es tu sombra a tu mano derecha.
6 El sol no te fatigará de día, ni la luna de noche.
7 Dios te guardará de todo mal; Él guardará tu alma.
8 El Señor guardará tu salida y tu entrada desde ahora y para siempre.
El rey David sabía quién es Dios y su magnificencia. Por ello, en los versículos 1 y 2, con toda seguridad exclamaba: Alzaré los ojos a los montes en búsqueda de Dios, el que hizo el cielo y la tierra. El creador de todo lo que existe.
Porque, ¿Qué hace el Señor por ti? Como lo declara David en los versículos 3 y 4, jamás estarás solo, desamparado, no te dejará caer, te protegerá de día y de noche. El Señor no duerme, no se cansa, no incumple. Nuestro Dios en su magnificencia es compasivo y misericordioso con nosotros.
El Señor nuestro Dios es nuestro guardador. Él está siempre como nuestra sombra. Él es fiel. Así lo declara en el versículo 5.
Si, el Señor no se cansa; ni el sol, ni la luna son impedimento para su cuidado sobre nosotros. Sí, nuestro Señor nos protege y nos guarda; el cuida nuestra alma, nuestro entrar y nuestro salir. Él hace cerco y vallado alrededor de nosotros desde ahora y para siempre. Qué maravilloso poder contar sin temor a equivocarnos, que nuestro Padre celestial es realmente nuestro refugio, nuestro apoyo, nuestro protector. Así lo expresa el salmista en los versículos 6 a 8. Gracias, amado Señor. No tenemos palabras para expresar nuestra adoración. Bendito seas.
Amado Padre celestial, qué tranquilidad se siente al entender de tu amor y tu cuidado. Gracias por ser nuestro guardador; gracias por tu fidelidad. Por favor permítenos estar siempre bajo tu cuidado. Sólo allí podemos vivir confiados. Te adoramos en el nombre de Jesús, amén.