JUNIO 27
ISAÍAS 1: 18
Venid luego, dice el Señor, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana
SALMOS 86: 5
Porque tú, Señor, eres bueno y perdonador, Y grande en misericordia para con todos los que te invocan.
MIQUEAS 7: 18
¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia.
Cuando hablamos de perdón tendemos a pensar en las palabras del Señor, en cuanto a si debemos perdonar y en qué ocasiones debemos hacerlo. Sin embargo, es conveniente mirar hacia nuestro interior, para entender la gran obra que ha hecho nuestro Padre desde el momento en que iniciamos esa relación personal con Él. Muy seguramente, nuestra alma estaba ennegrecida por multitud de pecados que allí anidaban y por su amor fueron perdonados. La palabra en Isaías lo dice claramente: "Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana".
¿Cómo sería nuestra vida si no hubiéramos conocido al Señor, si no lo hubiéramos invitado a morar en nuestros corazones y le hubiéramos entregado nuestra existencia? Dios, la personificación del amor ha tenido la misericordia con cada uno de nosotros de hacer realidad su palabra, porque como dice Salmos 86, "Eres bueno y perdonador, y grande en misericordia para con todos los que te invocan". Por eso, debemos permanecer allí protegidos bajo sus alas, porque solo Él nos ha acogido como ovejas de su prado y nunca nos dejará perder.
Es casi imposible que dejemos de pecar, porque justo no hay sino uno y nuestra propia condición humana está en nuestra contra, pero podemos vivir seguros de que cada vez que pecamos y vamos a su presencia, el Señor que nos conoce, que sabe de nuestra debilidad está allí, porque como dice Miqueas: "Perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad. No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia".
Amado Padre celestial. Qué afortunados somos al habernos entregado a ti. Como hijos tuyos sabemos de tu amor y misericordia. Como hijos tuyos queremos agradarte y ser cada día más como quieres que seamos. Por favor, no nos alejes jamás de tu presencia; glorifícate en nuestra debilidad. Sabemos que por gracia somos salvos y por ello te adoramos. En el nombre de Jesús, amén.