MARZO 8
MATEO 20:29-34
29 Al salir ellos de Jericó, le seguía una gran multitud.
30 Y dos ciegos que estaban sentados junto al camino, cuando oyeron que Jesús pasaba, clamaron, diciendo: !!Señor, Hijo de David, ten misericordia de nosotros!
31 Y la gente les reprendió para que callasen; pero ellos clamaban más, diciendo: !!Señor, Hijo de David, ten misericordia de nosotros!
32 Y deteniéndose Jesús, los llamó, y les dijo: ¿Qué queréis que os haga?
33 Ellos le dijeron: Señor, que sean abiertos nuestros ojos.
34 Entonces Jesús, compadecido, les tocó los ojos, y en seguida recibieron la vista; y le siguieron.
Jesús salía de Jericó y muchas personas lo seguían, seguramente fascinados con su carisma y a causa de los milagros que habría hecho. Resulta que dos ciegos, sentados por donde pasaba, se dieron cuenta de que por ahí pasaba el Señor y sintieron la urgencia de llamarlo para que los sanara. Su ansiedad fue muy grande porque no podían saber exactamente donde se encontraba Jesús, y por ello comenzaron a gritar, literalmente, para que tuviera compasión de ellos y les abriera los ojos.
Así como Jesús pasaba por el lado de dos ciegos, permanentemente pasa por nuestro lado a través de quienes nos hablan de Él, a través de nuestra propia vida, de nuestras experiencias. Sabemos que Jesús es intemporal, y que aunque murió también resucitó y si no hubiera sido así, vana sería nuestra fe. Por ello, es válido suplicarle por nuestras necesidades.
Como los ciegos, debemos clamar a Él con todas nuestras fuerzas, no importa qué digan o piensen los demás; lo importante es que lo amemos y Él sienta misericordia por nosotros. Todos los días de nuestra vida, necesitamos en cada momento, con urgencia, la mirada de nuestro Señor, su compasión y el regalo de sus milagros. No sabemos los avances que había en la época de Jesús pero sin importar eso, Jesús puede sanarnos, porque ya pagó por nuestros pecados y nuestras enfermedades y la palabra dice que en sus llagas fuimos sanados. Solo nos resta apropiarnos de ella, echar de lado el temor y sentir la seguridad de su amor y misericordia.
Amado Padre queremos decirte que como los ciegos de Jericó estamos acá frente a ti clamando por nuestra vida, por nuestra sanidad, por nuestro milagro. Sabemos que nos escuchas y que si creemos será como lo decimos. Aumenta nuestra fe Señor para que jamás dudemos de tu omnipotencia. Te adoramos Señor, amén.