FEBRERO 23
JUAN 15:4-9
4 Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
5 Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.
6 El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden.
7 Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho.
8 En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos.
9 Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor.
El Señor Jesús nos llama a permanecer agarraditos de Él. Tenemos su promesa de que si así lo hacemos, Él permanecerá en nosotros, y de nada tenemos que preocuparnos. Pone en ese pasaje el ejemplo de la vid: nos compara con los pámpanos. Los pámpanos son esos brotes verdes con forma de caracol que salen pegados de las ramas cuando todavía no se han abierto. El Señor usa esta parábola para indicarnos de que si estamos adosados a Él daremos muchos frutos pero si nos separamos, caeremos y nada podremos hacer.
Si nos apartamos del Señor, nos ocurrirá como ocurre con la vid que es podada en el invierno. Los sarmientos y pámpanos que están ahí son cortados y nosotros, como el pámpano, nos secaremos y nos quemaremos.
Pero si nos aferramos a Jesús, si cada día nos paramos en frente de Él y le decimos, aquí estoy Señor y aquí me quedo para siempre, si obedecemos su palabra, nos promete el Señor que hará y dará todo lo que pidamos. Así que no hay límites. Todo lo que pidamos conforme a ese plan perfecto que tiene para nosotros nos será hecho. Necesitamos solo una cosa: obedecer y permanecer siempre pegaditos a Él y pedirle que aumente nuestra medida de fe. Lo demás, esperar en medio de la alabanza y la adoración.
Porque lo que el Señor quiere es que llevemos mucho fruto y seamos siempre sus discípulos para que permanezcamos para siempre en su amor; el amor que Dios le ha dado a Jesús y Él nos da a nosotros.
Amado Señor; muchas veces nos sentimos desesperanzados por las vicisitudes de la vida. La enfermedad nos agobia y aunque te pedimos sanidad, aparentemente, no nos la das. Sin embargo, si pensamos en nuestra vida, los testimonios de tu amor por nosotros vienen a nuestra mente. Por eso Padre, te damos gracias y queremos decirte que siempre queremos estar a tu lado para adorarte y alabar tu nombre, porque sabemos que tu palabra se cumple. Si estamos enfermos, solo debemos esperar el momento oportuno en que nos sanas. Si tenemos problemas, solo debemos ponernos delante de ti y esperar, porque tenemos certeza de tu amor y de lo que con tu palabra nos dices. Te adoramos Señor, amén.