NOVIEMBRE 14
EZEQUIEL 18: 20
20 El alma que pecare, esa morirá; el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo; la justicia del justo será sobre él, y la impiedad del impío será sobre él.
JUAN 9:1-3
1 Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento.
2 Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?
3 Respondió Jesús: No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él.
En nuestro imaginario tendemos a dar por hecho que cuando enfermamos, o cuando viene una desgracia es a casusa de nuestros pecados. En estos momentos, cuando el mundo está al revés, cuando las noticias hablan sin cesar de guerras, de muerte, de insatisfacción, cuando el cambio climático está generando desastres sin precedentes, es válido pensar que si alguien tiene una discapacidad, que si enfermo o si mis allegados mueren, si vivimos tantas desgracias es a causa del pecado.
Juan, en el capítulo 9, nos recrea una situación que vivieron con el Señor Jesús, que nos llena de tranquilidad y seguridad de su amor, de su paciencia y tolerancia y del cumplimiento de sus promesas. " Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego? Respondió Jesús: No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él".
Se creía en el antiguo testamento que los hijos cargaban con los pecados de sus padres hasta la cuarta generación. Sin embargo, Ezequiel nos da la tranquilidad en el versículo 20, donde dice: "El alma que pecare, esa morirá; el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo; la justicia del justo será sobre él, y la impiedad del impío será sobre él".
El Señor Jesús vino a pagar las cuentas que tenemos por nuestro pecado. Él es intemporal, de manera que los pasados, presentes y futuros ya fueron redimidos, y en ese orden de ideas, ni la enfermedad, ni la muerte son el resultado de nuestro pecado. Son las consecuencias de vivir. A pesar de ello, el Señor conforme a su voluntad y al plan perfecto que tiene para la vida de cada uno de nosotros, nos sana, nos acompaña, nos soporta y nos da las fuerzas que necesitamos para pasar cada prueba que se nos presenta.
En el caso de la muerte, sabemos que nuestro dolor es por la ausencia física de quien fallece, pero es también el tránsito hacia la vida eterna con nuestro Padre. Jesús lloró por Lázaro, Jesús se sometió a la peor muerte, muerte de cruz, pero nos mostró que la vida continúa, no como la tenemos actualmente, sino que nuestro espíritu permanece para siempre allá en nuestra morada definitiva, donde el Señor, como a sus discípulos, tiene una preparada para nosotros.
Amado Padre celestial, gracias por enseñarnos de tu amor. Gracias por acompañarnos y sanar nuestros corazones cuando necesitamos reponernos del dolor por la pérdida de nuestros seres queridos. Gracias por tu amor incondicional que te llevó a morir por nuestros pecados y gracias por la tranquilidad de que ni cargamos con los pecados de nuestros antepasados, ni nuestros hijos cargan con los nuestros. Señor te adoramos y oramos en el nombre de Jesús, amén.