JUNIO 24
COLOSENSES 3: 23 - 24
23 Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres;
24 sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís.
GÁLATAS 5: 26
No nos hagamos vanagloriosos, irritándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros.
FILIPENSES 2: 3 - 8
3 Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo;
4 no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros.
5 Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús,
6 el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse,
7 sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres;
8 y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.
¿Para quién trabajamos? Esta pregunta que parece muy sencilla es un llamado a la reflexión porque la cotidianidad nos devora. Ya sea que tengamos un trabajo fuera de casa o que nuestra actividad se desarrolle en el hogar, se nos olvida frecuentemente que es para Dios que debemos hacerlo.
Indudablemente, no podemos eximirnos a recibir críticas por nuestro trabajo, que nos confrontan con nuestro autoconcepto, pero también elogios que nos inflan el ego. Ahí es donde radica el peligro. Ahí es cuando debemos recordar para quíen trabajamos.
En días pasados viví las dos situaciones que me hicieron pensar en lo importante que es tener claro de quién soy y lo que hace en mi vida. Tuve un día maravilloso en la oficina, me felicitaron, los proyectos en curso se volvieron realidad y mis subalternos se regaron en elogios. Salí de allí levitando y me dirigí a mi casa a contar, ¿vanagloriarme? de mi éxito laboral. Daba gracias a Dios pero en el fondo de mi corazón, me atribuía todo ese éxito. Al llegar a casa, encontré que estaban almorzando y apenas abrí la puerta, me increparon acerca de lo mal que me había salido el almuerzo y otras cosas domésticas que me llevaron al otro extremo. En ese momento entendí lo que Dios quiere para nuestras vidas y le di gracias por aterrizarme en lo que debo ser.
Lo que hacemos es ordinario. Nuestra obligación es rendir donde el Señor nos haya puesto, de manera que tratemos de tasar en su justa medida los elogios que nos alejan de nuestro Señor y más bien como dice la palabra, seamos humildes, trabajemos como para Dios y con amor hacia nuestros semejantes y démosle gracias por permitirnos entender que no debemos vanagloriarnos por ninguna cosa que hagamos.
Amado Padre, gracias porque tu misericordia nos alcanza todos los días de nuestra vida. Gracias por permitirnos entender que si algo hacemos bien es porque tu nos capacitas para ello. Te pedimos por favor Señor que nos redarguyas cada vez que caemos en la trampa de la vanagloria. Queremos en todo momento imitar al Señor Jesús en su actuar, humilde y servicial y reflejar tu rostro. Te adoramos y oramos en el nombre de Jesús, amén.