JUAN 11: 20 - 27
20 Entonces Marta, cuando oyó que Jesús venía, salió a encontrarle; pero María se quedó en casa.
21 Y Marta dijo a Jesús: Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto.
22 Mas también sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará.
23 Jesús le dijo: Tu hermano resucitará.
24 Marta le dijo: Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero.
25 Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.
26 Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?
27 Le dijo: Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo.
Qué tan profunda es nuestra fe? La reflexión del día de hoy está orientada a pensar en todas las circunstancias y hechos de nuestra vida. Diariamente, nos enfrentamos a infinidad de situaciones, unas esperadas y otras que nunca imaginamos que nos tocaría afrontar y es allí cuando nuestro corazón nos pone al desnudo nuestra condición de seres humanos y la fe que tenemos para entender y aceptar o no el reinado de Dios en nuestras vidas.
Mi hermano, menor que yo, de buena salud, inesperadamente enfermó y en cuestión de un poco menos de 20 días falleció. Los planes de su vida, se vieron abajo de una manera arrolladora. Ninguno pensó que una enfermedad común fuera el preámbulo de su muerte. No sé si alcanzó a percibir que su vida estaba a punto de terminar, porque en sus últimos momentos estaba concentrado en su dolor. Bueno, es en es punto en el que aparece el tema de la fe.
Espero con todo mi corazón que su tránsito a la eternidad haya sido maravilloso. Que ese cuerpo que lo contenía y quedó reducido a cenizas haya sido solo eso. Su verdadero ser está ahora con el Señor y yo que quedó acá en este lado, le pido al Señor que me mantenga a su lado para darle gracias por su decisión y aunque no la entienda, la acepto y valoro como lo mejor que le pudo suceder.
Creo que de eso se trata la fe. De creer que el señor Jesús es Dios, uno con el Padre, que nos ama, que permanentemente actúa a nuestro favor y que toma las mejores decisiones para nuestras vidas y las de los que amamos. Aunque nos duela, aunque no entendamos, aunque la tristeza nos embargue, nuestra fe nos impele a recostarnos en su regazo y descansar en Él.
Amado Padre celestial. Qué duros momentos tenemos en la vida y tú lo sabes. Quisiéramos que todo fuera siempre color de rosa, pero tu misma palabra declara que en este mundo tendremos aflicción. Sin embargo, por tu amor infinito, en medio de la tristeza se mueve en nuestro interior la paz, esa paz que solo tú nos das. Gracias Padre amado, gracias por tu amor y por ese plan perfecto que tienes para cada uno de nosotros. Te adoramos y oramos en el nombre de Jesús, amén.