PROVERBIOS 3:1-10
1 Hijo mío, no te olvides de mi ley, y tu corazón guarde mis mandamientos;
2 Porque largura de días y años de vida y paz te aumentarán.
3 Nunca se aparten de ti la misericordia y la verdad; atalas a tu cuello, escríbelas en la tabla de tu corazón;
4 Y hallarás gracia y buena opinión ante los ojos de Dios y de los hombres.
5 Fíate del Señor tu Dios de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia.
6 Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas.
7 No seas sabio en tu propia opinión; teme a Dios, y apártate del mal;
8 Porque será medicina a tu cuerpo, y refrigerio para tus huesos.
9 Honra a Dios con tus bienes, y con las primicias de todos tus frutos;
10 Y serán llenos tus graneros con abundancia, y tus lagares rebosarán de mosto.
Este capítulo de Proverbios habla acerca de la obediencia y de los resultados de ella. En cada verso nos da un consejo y la recompensa por obedecerle. Actúa el Señor como padre amoroso que aconseja a su hijo y le da pautas de comportamiento que lo hacen una mejor persona, agradable a Él y a los hombres.
Veamos: En primera instancia nos recuerda a nosotros sus hijos de la importancia de cumplir sus mandamientos, de tenerlos grabados en nuestros corazones. Si así lo hacemos, como premio nos dará larga vida y paz. Larga vida en las mejores condiciones y paz, esa paz que sobrepasa todo entendimiento y que solo Él sabe dar.
Nos aconseja el Señor imitarlo, teniendo misericordia y manteniéndonos en su verdad. Nos motiva a tener su palabra cerca de nuestros corazones para que no olvidemos quién es nuestro Señor, y como resultado de ello, nos promete que seremos agradables a los hombres, pero más importante a los ojos de nuestro Dios.
A partir de este verso, el Señor nos recuerda en quién debemos depositar nuesta confianza. Nuestro corazón debe descansar en el Señor, no confiar en nosotros mismos sino que lo debemos reconocer en nuestros caminos. La promesa, "Él enderezará tus veredas". Si así lo hacemos, si tememos al Señor, de nada debemos preocuparnos, porque Él cuida de nosotros, de nuestra salud y por supuesto de nuestra vida.
Finalmente, si hemos entregado nuestra vida al Señor, el apego a lo material no es testimonio de ello. Por eso nos dice que lo honremos con nuestros bienes. Él no nos necesita. Las instituciones son eternas y nosotros pasajeros. Dando o sin dar, la palabra de Dios se trasmite. Las personas que trabajan para Él prosperan. De todas maneras, lo que tenemos, lo tenemos por su misericordia y porque a Él le place. Cuanta más necesidad tengamos, más debemos dar. El Señor no mira la cantidad sino el corazón. La promesa está expresada en el versículo 10 "Y serán llenos tus graneros con abundancia, Y tus lagares rebosarán de mosto".
Amado Padre celestial queremos adorarte y darte muchas gracias por tu cuidado, por enseñarnos la manera correcta de vivir y de actuar para ser agradables a ti y a los hombres. Gracias Señor por revelarnos la manera adecuada de dar de nuestros recursos para ti, para tu obra, para los que lo necesitan. Te adoramos Señor y oramos en el nombre de Jesús, amén.