2 CORINTIOS 9: 6-11
6 Pero esto digo: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará.
7 Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre.
8 Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra;
9 como está escrito: Repartió, dio a los pobres; Su justicia permanece para siempre.
10 Y el que da semilla al que siembra, y pan al que come, proveerá y multiplicará vuestra sementera, y aumentará los frutos de vuestra justicia
11 para que estéis enriquecidos en todo para toda liberalidad, la cual produce por medio de nosotros acción de gracias a Dios.
Es normal desear vivir bien, tener bienes, tener la seguridad del salario al final del mes. Por eso, trabajamos cinco o seis días a la semana, nos esforzamos y nos comprometemos con el trabajo. Por eso, damos gracias a Dios, quien nos provee a través de ese trabajo que tenemos y nos permite cumplir con nuestras obligaciones.
Sin embargo, el asunto va más allá. Dios, nuestro padre nos ama tanto que dio a su único hijo para que muriera por nuestros pecados y nos regalara la vida eterna y la posibilidad de llamar a Dios, Padre nuestro. Su amor está expresado en su medida de dar. Evidentemente, nunca podremos alcanzar esa medida de amor, pero en su misericordia infinita, nos regaló un don divino. El don de sentir la necesidad de dar.
Cuando sentimos en nuestro corazón la urgencia de dar, cuando sentimos dolor por la situación de quien no tiene comida, cuando pasamos a la acción, significa que estamos viendo a Jesús en cada persona que nos necesita. En esos momentos, no nos interesa el retorno de lo que damos, sino que nuestro corazón se siente alegre por haber aportado a otro, sin importar si lo que damos es parte de lo que necesitamos o si nos hará falta.
El fruto de dar es lo que la palabra nos dice: "Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra". ¡Qué felicidad! La abundancia de la gracia es la presencia de Dios en nuestros corazones, es la intervención divina para que podamos durante toda nuestra vida seguir dando sin medida y sintiendo esa sensación única al ayudar a nuestros hermanos, porque todos lo somos. Hermanos en Jesús, nuestro Señor y salvador quien nos enseñó la manera suprema de dar.
Amado Padre celestial. Gracias, muchas gracias por ese maravilloso don que has puesto en nuestros corazones. Gracias por permitirnos sentir el dolor del que sufre e impelernos a pasar a la acción, sin importar nada diferente a aportar a quien sufre, lo que necesita. Señor, además, queremos agradecerte porque al dar, tu gracia sobreabunda en nosotros para poder continuar mirando tu rostro en quien nos necesita. Te adoramos Señor en el nombre de Jesús, amén.