Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen
JUAN 10:27-30
27 Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen,
28 y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano.
29 Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre.
30 Yo y el Padre uno somos.
Jesús nos ofrece una promesa que trasciende el tiempo y las circunstancias: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen”. Qué privilegio es saber que somos conocidos por Él, no de manera superficial, sino en lo profundo de nuestro ser. Él conoce nuestras luchas, nuestros anhelos, nuestros temores y, aun así, nos llama por nuestro nombre para que le sigamos. No es un seguimiento a ciegas, es una respuesta de amor a Su voz, esa voz que guía, consuela y restaura.
Más allá de conocer a Sus ovejas, Jesús promete vida eterna para aquellos que le siguen. No se trata solo de una esperanza futura, sino de una realidad presente. Esta vida eterna no puede ser arrebatada por ninguna circunstancia, ningún poder ni adversidad. “Nadie las arrebatará de mi mano”, dice el Señor. Qué maravillosa seguridad nos da saber que estamos firmemente sostenidos por Su gracia y Su poder. No hay fuerza humana o espiritual capaz de separarnos de Su amor.
Jesús concluye afirmando Su unidad con el Padre: “Yo y el Padre uno somos”. Esta declaración es un testimonio de Su divinidad y de la absoluta autoridad que tiene sobre nuestras vidas. Estamos guardados en Sus manos y en las del Padre, un refugio seguro donde el temor y la incertidumbre no tienen cabida. Sigamos Su voz con confianza, sabiendo que el Buen Pastor cuida de Sus ovejas con un amor inquebrantable.
Señor Jesús, gracias por conocerme y llamarme por mi nombre. Gracias por ser mi refugio seguro y darme la vida eterna. Ayúdame a seguir siempre Tu voz y a descansar en la certeza de que nada ni nadie puede arrebatarme de Tus manos. En Ti encuentro paz, seguridad y esperanza. Amén.