ABRIL 12

LA PALABRA DE DIOS

Jesús exclamó a gran voz, diciendo:  «Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué me has abandonado?»

MATEO 27:45-46


45 Desde la hora sexta hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora novena.


46 Y alrededor de la hora novena, Jesús exclamó a gran voz, diciendo: «Elí,  Elí, ¿lema sabactani?». Esto es: «Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué me has abandonado?». 

REFLEXIÓN

Desde la hora sexta hasta la novena, una sombra cubrió la tierra. No era solo una señal del cielo, era el peso del pecado del mundo cayendo sobre los hombros del Hijo de Dios. Jesús, colgado del madero; era el luto de la creación al presenciar el acto más profundo de amor jamás ofrecido. En ese momento, el Hijo unigénito de Dios, suspendido entre el cielo y la tierra, exclamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ”Ese clamor no fue solo un eco de dolor, sino el lenguaje del sacrificio más sublime. En ese instante, el Padre permitió que su Hijo llevara sobre sí el pecado de toda la humanidad. Jesús tomó el lugar que nos correspondía, para que nosotros tuviéramos acceso a una vida reconciliada con Dios. Fue el abandono momentáneo del Hijo, para que tú y yo nunca seamos abandonados.


Ese grito desde la cruz nos revela cuán grande es el amor de Dios. Él no se quedó observando desde lejos nuestro sufrimiento. No fue indiferente ante nuestro pecado. Lo enfrentó con su propia vida. El Padre no escatimó a su Hijo; lo entregó por amor a ti, por amor a mí, por amor al mundo. A veces creemos que Dios nos ama solo si las cosas van bien, pero la cruz es la prueba eterna de que somos amados más allá de las circunstancias. No merecíamos ese sacrificio, pero Él lo ofreció libremente, motivado únicamente por un amor infinito e inquebrantable.


Hoy, al recordar ese momento, no solo vemos el dolor del Hijo, sino la decisión del Padre. Una decisión que transformó la historia. La cruz no es símbolo de derrota, sino de victoria; no es un final, sino el inicio de nuestra esperanza. Allí, en el lugar del Calvario, Dios declaró para siempre cuánto valemos para Él. Si alguna vez dudas de tu valor, mira la cruz. Si alguna vez dudas del amor de Dios, escucha el eco de ese clamor y recuerda: lo hizo por ti.


Padre eterno, gracias por tu amor inmerecido, por haber entregado a tu Hijo para salvarnos. No puedo comprender la profundidad de ese sacrificio, pero hoy lo recibo con gratitud y reverencia. Gracias, Jesús, por quedarte en la cruz por amor, por soportar el abandono para que yo jamás sea apartado de tu presencia. Aviva en mí la certeza de que soy amado eternamente, y haz que mi vida entera sea una respuesta de amor y entrega a ti. Amén.


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