Siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.
ROMANOS 5:8
Dios demuestra Su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.
El apóstol Pablo escribió estas palabras a los cristianos en Roma, en una época en que ser seguidor de Cristo podía costarles la vida. El imperio romano era hostil hacia los cristianos y la cruz era el símbolo máximo de humillación y tortura. Sin embargo, en ese mismo instrumento de muerte, Dios expresó el amor más puro y transformador: Cristo murió por nosotros, no cuando éramos justos, sino en nuestro estado más bajo, cuando aún éramos pecadores. En un mundo donde el valor se otorgaba a los fuertes, Dios decidió amar a los débiles y redimir a los indignos.
Vivimos en una sociedad que a menudo condiciona el amor: se ama al que es exitoso, al que agrada, al que cumple expectativas. Pero el amor de Dios rompe esa lógica humana. Él no esperó a que fuéramos mejores para acercarse; se entregó primero, confiando en que Su amor nos cambiaría. Esta verdad toca lo más profundo del corazón: no tenemos que ganarnos el amor de Dios, porque ya nos fue dado en su máxima expresión en la cruz. Aceptarlo es el primer paso para una vida transformada por la gracia.
Cada día, al recordar este amor inmerecido, somos invitados a vivir de manera diferente: con gratitud, con humildad y también con generosidad hacia otros. Así como Dios no esperó que fuéramos perfectos para amarnos, nosotros tampoco deberíamos poner condiciones para amar a quienes nos rodean. Que la cruz, ayer un símbolo de vergüenza, hoy siga siendo para nosotros el estandarte del amor incondicional que nos llama a vivir con esperanza y misericordia.
Señor amado, gracias por amarme aún cuando no lo merecía. Gracias por mirar más allá de mis errores y extender Tu gracia a través del sacrificio de Tu Hijo en la cruz. Enséñame a vivir cada día consciente de ese amor inmenso y a reflejarlo en mis actos, amando como Tú me has amado. Ayúdame a recordar que mi valor no depende de mis logros, sino de Tu amor eterno. Gracias porque en Ti tengo redención, esperanza y una nueva vida. Amén.