Para que todos sean uno; como Tú, oh Padre, en mí, y yo en Ti.
JUAN 17: 20-21
20 Mas no ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos,
21 para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.
En la víspera de su entrega, cuando el dolor se asomaba y la cruz se perfilaba en el horizonte, Jesús no pensó solo en su sufrimiento, ni en sus discípulos más cercanos. Su mirada se extendió hasta nosotros, los que siglos después creeríamos por medio del testimonio de aquellos primeros seguidores. Esta oración de Jesús en es profundamente conmovedora: nos incluye en su intercesión y revela el anhelo de su corazón—que vivamos en unidad. No una unidad superficial, sino un vínculo tan profundo y real como el que Él tiene con el Padre. ¿Puedes imaginar cuán amados somos, que Jesús pensó en nosotros en esa hora oscura?
En el contexto histórico, Jesús hablaba en medio de una sociedad dividida por barreras religiosas, políticas y sociales: judíos y samaritanos, fariseos y saduceos, romanos y pueblos oprimidos. Y aun así, su oración apuntaba a una comunidad que trascendiera todo eso. Hoy, cuando el mundo parece más fragmentado que nunca, su clamor sigue vigente: “para que todos sean uno”. Esa unidad no es uniformidad, sino comunión en el amor, reflejo del mismo Dios trino. Como iglesia, como familias, como hermanos en la fe, ¿reflejamos esa unidad? ¿Somos un testimonio viviente de que Cristo fue enviado al mundo?
Jesús nos invita a vivir conectados unos con otros, no desde el juicio, sino desde la gracia. Cada vez que dejamos de lado el ego para abrazar al otro, cada vez que construimos puentes y no muros, estamos respondiendo a la oración de nuestro Señor. Hoy, más que nunca, nuestra unidad es un mensaje poderoso: que el amor de Dios es real, que su misión continúa, y que el mundo necesita ver en nosotros la verdad del Evangelio hecho carne.
Señor Jesús, gracias por pensar en nosotros incluso cuando te preparabas para dar tu vida. Gracias por orar por nuestra unidad, por soñar con una comunidad que refleje tu amor y verdad. Ayúdanos a vivir con humildad, a perdonar con generosidad y a amar con profundidad. Que nuestras palabras y acciones construyan puentes, y que nuestro testimonio haga creíble tu presencia en el mundo. Une nuestros corazones, Señor, para que el mundo crea que Tú fuiste enviado. Amén.